La ciudad frágil

Un viaje de descubrimiento a los mundos sumergidos de nuestras grandes ciudades. Cada relato está centrado en un icono urbano –el gitano, la prostituta y el vagabundo–, figuras ensalzadas

en el siglo XIX como antítesis libertarias de la vida burguesa, hoy convertidas en símbolos que reflejan nuestros miedos más latentes. Y al mismo tiempo, vanguardias extremas de un mundo sumergido que desde unas afueras converge en el centro de la ciudad para representar ante nosotros un guión de relaciones codificadas: pedir limosna y hacer la acera.

Es la ciudad frágil, la ciudad de los que viven en las sombras y sólo interesan a los medios cuando cometen un delito: cuando cruzan la frontera invisible del territorio donde se tolera su existencia, y entonces la opinión pública elabora nuevas teorías sobre la raza e invoca deportaciones en masa en nombre de la seguridad y la limpieza de la ciudad. La otra ciudad, la frágil, sólo puede responder espesando aún más las sombras que la envuelven. Tratando de huir de los reflectores, pues sabe que cada vez que se encienden las luces la condición de su pueblo empeora.

El denominador común de todos los relatos es la calle, lugar que compartimos a diario con los invisibles. Planta baja desde la que observamos la ciudad, por donde se escurren los protagonistas cuando el techo de sus casas se hunde y los dramas se convierten en tragedias, porque les deja expuestos a la mirada de los demás, sin un espacio que les pueda contener. Gitanos rumanos huidos de su aldea incendiada y acampados a las afueras de una gran ciudad; chicas albanesas raptadas de su casa y arrojadas a las aceras; italianos que se arruinan y se ven obligados a defecar en la calle. Vidas consumidas en la violencia de un espacio abierto con sus intentos de habitarlo, sus gestos cotidianos y su necesidad de volver a encontrar una dignidad y una ironía para atenuar el drama. Cuentos en los que la otra ciudad se superpone a la ciudad de siempre y se sitúa en el centro de la narración, y la vida, la más verdadera y humana, toma la palabra e impone su orden provisional y efímero, por encima del bullicio urbano y dentro de él. Más allá del sinsentido político, y contra él.